EL HIJO ESPIRITUAL DE BAUDELAIRE

 


  El modernismo fue un fenómeno del pensamiento surgido con las revoluciones y el romanticismo. De forma esquemática se podría definir como la idea fuerza que empuja al hombre a la búsqueda de un ideal de sí mismo, ideal que se basa en el optimismo y la tecnología, rompiendo con la tradición y considerando el pasado un lastre, una superstición, una carcasa caduca, de la que es preciso desembarazarse.

    La sociedad modernista, superada la violencia de las revoluciones populares, estaba regida por una elite que, mientras disfrutaba de una vida acomodada y burguesa, padecía en sus espíritus más inquietos una insatisfacción de fondo que sublimaba con ensoñaciones de ruptura, de transgresión, de huida y exotismo. Y esos sueños de la razón producían los monstruos de una forma de pensar iconoclasta, caprichosa, malcriada y perversa que, mientras gozaba de los beneficios materiales y morales, renegaba del sistema que se los ha transmitido y subvertía su orden.

    De aquellos polvos vienen estos lodos. De aquella aspiración autodestructiva que, mientras gozaba de todos los placeres y privilegios del estatus familiar, acariciaba en secreto la revolución y la infamia, derivó la exaltación de lo peor: la hipocresía, el culto a la falsedad, el relativismo, el subjetivismo… De la belladona del artista torturado, al cannabis y la cocaína de la masa brutalizada. La postmodernidad –alentada por los medios de manipulación de masas y la tecnología al servicio de la personalización de los paraísos perdidos- ha democratizado lo peor de la burguesía haciendo del error un derecho.


    Bergoglio es el brote típico de este sustrato, abonado durante el siglo XX por la radicalización de sus componentes más ácidos, el marxismo y el existencialismo. Analizando el personaje desde la estética del malditismo, adoptada por el modernismo para sus malabares contradictorios, se capta su realidad de una forma mucho más diáfana: es un cínico existencial.

    El hallazgo no supone ninguna sorpresa, pues las conexiones siempre han sido evidentes, pero contribuye a reforzar una verdad que cuesta asimilar incluso para los detractores del usurpador del Trono de Pedro: Bergoglio no es un fruto de la vanguardia intelectual o política, sino una antigualla que ha atascado la fértil realidad de la Iglesia. No constituye un elemento dinamizador, sino oxidante. De la misma manera que lo que la institución concede el valor de “vanguardista” no deja de ser, obviamente, lo ya asimilado, lo recipiendario, es decir, lo institucionalizado.

    Uno de los máximos exponentes del malditismo fue el poeta Charles Baudelaire. A los clásicos –porque, malgré lui, Baudelaire es un clasicazo del rupturismo, como lo es el propio rupturismo-, conviene releerlos en cada momento histórico, pues nos proporcionan las claves para entender mejor éste.  Y Las flores del mal es su testamento, su legado. No debemos desaprovechar un poemario que nos está ofreciendo un retrato del “alma” de Bergoglio. ¿Qué podría ser más apropiado para enfocar a un antipapa, flor del mal por antonomasia, hijo espiritual de Lucifer?


    Así prologa Rafael Argullol una edición de 1999: “Las periferias son preferidas al centro; los exotismos prevalecen sobre la civilización; la perversidad sensual se impone sobre la anodina moral de los normales. Al fondo, en un fondo que huye siempre como si fuera una escenografía fantasmagórica, más allá de la realidad, flotan, prometedores, los paraísos artificiales que Baudelaire (Bergoglio, decimos nosotros) invoca con más entusiasmo que convicción.

    (…) Nada teme tanto Baudelaire (Bergoglio) como el tedio, la monotonía, la rutina de una sociedad moralmente autosatisfecha. Contra ellos dispara, a la manera de flechas, sus flores del mal. A menudo con desespero: hasta construir una obra maestra”, el nuevo orden mundial, añadimos nosotros. Díganme si no resulta absolutamente revelador.

    Ahondemos en esta propuesta con el análisis de El viaje, uno de los poemas emblemáticos del libro de Baudelaire. La descripción de la apostasía liderada por Bergoglio, de las raíces de sus anhelos, del catastrófico resultado incluso al que está conduciendo a la Iglesia, es pasmosa. Bergoglio es Baudelaire y Baudelaire es Bergoglio. El actual usurpador del Trono de Pedro bebe del poeta maldito y éste anticipa el espíritu de aquél. Las flores del mal podría ser el diario que escribiera Bergoglio como terapia de aquella psiquiatra judía y comunista que lo trató hace cuatro décadas, o una síntesis de sus antidocumentos. En cualquier caso, los fulgurantes versos del excesivo Baudelaire encajan en los trazos del antipontificado del bipolar argentino, que se gloría de su heterodoxia.

El poema está transcrito tal cual de la edición de Unidad Editorial, en la colección Millenium, del año 1999. He subrayado en negrita los fragmentos que me parecen más reveladores del paralelismo, mientras que los comentarios que le he añadido están en cursiva y entre corchetes.


EL VIAJE

[el tema recurrente de la huida en los poetas inadaptados para escapar de lo establecido tiene en el proceder de Bergoglio la forma de una constante inquietud por distanciarse de la estabilidad, de la seguridad de la tierra madre, del puerto seguro que es la Iglesia y su doctrina de siempre, para invitar a vivir en el riesgo, en la aventura de las sorpresas, en la negativa de las respuestas, en la incertidumbre, en definitiva, de vivir en los procesos y aborrecer las verdades]

"Salimos de mañana, el alma ardiente y sola,/cargado el corazón de anhelos y pesares,/y allá vamos, siguiendo el ritmo de la ola,/meciendo lo infinito en lo azul de los mares:

[Seguir el ritmo de la ola que nos lleva lejos del puerto, refugio y hogar seguro ante las tempestades del mundo, es el mensaje de los rupturistas, cuyo único argumento es la novedad por la novedad, sin un objetivo definido, sin un destino concreto; la mañana como renovación, los anhelos como argumento para emprender un camino; el ritmo de la ola, imprevisible, que mece lo infinito y que nos hace salir, verbo que principia y domina el poema: la Iglesia en salida hacia las periferias]

Unos, regocijados de abandonar su suelo/que le es adverso; otros, por olvidar su cuna,/alguno, huyendo acaso de unos ojos de cielo,/la Circe perfumada, peligrosa, importuna.

[Circe, ninfa que retiene a Odiseo, como divinidad que trata de que no salgas a la mar y te alejes de su isla, es Jesucristo para Bergoglio, el 'jesucristo' de los católicos aburridos que no están dispuestos a arriesgarse. Ese 'jesucristo' secuestrador del alma ardiente e inquieta es el peor de los peligros para los modernistas/herejes/progres actuales, que tachan de invención humana, de apropiación de una divinidad que es imposible de captar. Esta representación mísera de Circe/'jesucristo' le resulta a Bergoglio tediosa, pesante e importuna, lógicamente, pues a los catoprogres les disgusta que les digan lo que deben hacer. Está claro en estos versos que hay que regocijarse en el simple abandonar la tierra firme, donde hay leyes, normas, mandamientos, doctrina... que no les permite creer y hacer lo que se les antoje. Hay que olvidar la cuna, cambiar lo bueno que les ha sido dado por lo que cada uno quiera descubrir en su viaje vital. En definitiva, la razón última es el viaje, el proceso por el proceso, pues nada es firme, valioso per se, seguro. Son los de la insatisfacción permanente]

Para no verse en bestias convertidosdevoran/cielos abrasadores, de aire y de luz posesos;/el hielo que los muerde, los soles que los doran/van borrando despacio las huellas de los besos.

[La superioridad de los 'cristianos maduros' convierte a la masa de los fieles en seres inferiores, en bestias. La matriz gnóstica del modernismo reaparece con toda su virulencia. Hay cristianos a quienes no se les puede exigir no pecar, porque no son capaces de hacer más, pobrecillos. Que ofrezcan su pecado, nos dice Bergoglio. Su única salida es darles nuevos cielos, un nuevo aire, una nueva iglesia, de nuevos soles dorados que comprende su situación. Es preciso ir borrando las huellas de los besos viejos, un amor sin ternura, hecho de normas, de corazón rígido]

Pero sólo el que parte por partir, es viajero:/corazones sensibles a todos los reclamos/para quien su destino, bueno o malo, es primero,/y, sin saber por qué, responden siempre: “¡Vamos!”.

[La Iglesia en salida, no autorreferencial, abierta al mundo, a todos los reclamos, buenos o malos: lo importante son los procesos, iniciar un camino, tender hacia un destino incierto y desconocido pero que nos mueve. Esto es lo primero. Por eso hay que animar siempre a salir, a no quedarse encerrado en lo de siempre, en una religión momificada. La religión no existe, se hace religión al andar. Quedarse encerrado es enfermizo, de ahí que haya que cambiar las órdenes contemplativas y no digamos las de clausura. El hombre es relación, si no deja de ser hombre. Por supuesto, la relación con Dios no cuenta]

Aquel cuyos deseos son cual nubes lejanas,/y que sueña –cual sueña en la pelea el hombre/de guerra- con los placeres, con delicias arcanas/para las que jamás hallará nadie el nombre.

[Se mueve por deseos humanos: placer, luchas, un pasado ideal de comunidades cristianas, de arqueologismo onírico y estético, no de verdades históricas, pues la Iglesia ha vivido equivocadamente durante toda la Edad Media… El deseo es el nuevo guía de la espiritualidad. Y este deseo apetece de nubes (entelequias) lejanas: Dios no está aquí, no interviene en la cotidianeidad del hombre, en sus rutinas, pues es una delicia arcana; hay que construirse anhelos que, aunque sean inalcanzables, son nuestros, personales, propios, no impuestos. A Dios nunca lo tendremos, olvídense de que se hizo carne y habitó entre nosotros]

(…)

En busca de su Icaria nuestra alma es un navío./”¡Atención el vigía!”, escúchase en el puente;/y otra voz en la gavia le responde con brío:/”¡Amor… gloria!…”. ¡Un escollo chocamos de repente!

[En el puente están los líderes del nuevo orden mundial y en la gavia, Bergoglio, el iluminado que ve amor y gloria en donde hay escollos, peligro, muerte. Su Icaria es un ideal, no existe, pero es preciso enfilar la proa del alma hacia ella. Acabar destrozado en los escollos hará de nosotros unos héroes que apostaron su vida por sus ideales, qué hermoso, qué épico... apartándose de lo que Dios nos pide y quiere para nosotros]

Cada isla que anuncia por la noche el vigía/es algún Eldorado que el destino engalana;/mas, la imaginación, que encendiera su orgía,/sólo halla un arrecife al sol de la mañana.

[El vigía Bergolaire es un soñador que conduce el navío (la Iglesia y, con ella, nuestras almas) a su locura, a su orgía que es la herejía, para a la postre embarrancar en el infierno, travestido de ese Eldorado para nuestra perdición. El romanticismo maldito de presentar la herejía como la opción de los valientes y la Iglesia manchada, de campaña, maltrecha, por seguir esos sueños y no el Camino, la Verdad y la Vida, no es otra cosa que literatura, un drama estético. La ética bergogliana es la estética, pues no cree en la revelación de la Verdad]

¡Oh pobre enamorado de regiones quiméricas!/¿Tendremos que encerrarlo o que arrojar al mar/al ebrio marinero, a ese inventor de Américas/que aun en el propio abismo islas cree encontrar?

[¿Nos está recomendando aquí Baudelaire deshacernos de Bergoglio, ese ebrio marinero, inventor de Américas (¿la teología de la liberación?), que nos vende quimeras? Al menos el poeta francés reconoce el peligro que entraña seguir al iluminado que no trae sino abismos...]

Tal que un viejo mendigo con los pies enfangados/sueña, nariz en alto, un palacio en estuco,/descubren una Capua sus ojos embrujados/allí donde el candil sólo alumbra un tabuco".

[La locura de Bergoglio, de ojos embrujados por el Diablo, conduce inevitablemente a un tabuco. Él, que vende libertad, amplitud, horizontes despejados y nuevos paraísos, nos lleva sin embargo a la estrechez de nuestros deseos, tan míseros y tan condicionados por el pecado original. Bergoglio vende la aspiración iluminista y masónica del hombre que se hace dios a sí mismo a costa del hombre divinizado por Dios, para conducirnos al infierno. Bergoglio no es más que un miserable embarrado por la herejía, un buhonero de elixires falsos, un vendedor de humo]

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